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martes, 18 de marzo de 2014

La enmienda Tierno (Jornada I)



Volví a casa con una mezcla de satisfacción, por el primer objetivo conseguido, de agradecimiento, por la acogida recibida y de inquietud, por el reto que suponía mantener la atención de mis interlocutores. En cierta forma lo de Sherezade me había impactado más de lo que Benavides pudiera pensar. Así que pasé la primera parte de la noche revisando y ordenando los temas pendientes, para elegir el primero a exponer: tenía el convencimiento de que si acertaba en su elección, nuestro diálogo se podría mantener y que, incluso, me admitirían, más adelante, algún posible fallo.
Cuando por fin creí haber encontrado el tema, el cansancio acumulado por la tensión del día anterior hizo mella en mí, y dormí a pierna suelta hasta bien entrada la mañana.
Hechas mis abluciones reglamentarias y engullido con prisas el desayuno, como siempre de pié, como si estuviera en la barra de un bar, emprendí camino hacia la Carrera de San Jerónimo, sin que en esta ocasión interfirieran en mí ni el tráfico, ni los viandantes, ya fueran nacionales o guiris, muy abundantes en esas horas que preceden a su tempranísimo almuerzo –eso que llamamos “hora europea”, como si los españolitos perdiéramos nuestra condición europea por comer a las tres de la tarde-.
En cuanto me asomé a la cuesta, y aun sin conocer cuál era la extensión de la “wifi de los leones”, me puse en contacto con ellos.
- Buenos días, Benavides, dije según pasaba por delante-
- Buenos días -contestó secamente, sin volver la cabeza- (¡qué tontería!)
- Buenos días, Malospelos, aquí estoy dispuesto a empezar.
- Buenos días, te esperábamos ansiosos. Nos has tenido toda la noche sin dormir –dijo con una sorna que se me antojó impropia de un animal tan majestuoso. Tal vez, pensé, el personaje se ha ido adueñando de él y lo que le quede de león esté muy en el fondo de su cabeza y corazón. En cualquier caso era un alivio comprobar que me iba a poder entender, al menos, con él. – A ver, venga, empieza por donde quieras.
- Pues, aunque me consta que todos los temas que os pienso contar están muy interrelacionados, que son como cerezas, que tiras de una y sale un racimo, hay que empezar por algo concreto y para ello he elegido algo que me parece crucial y que podría identificar como la falta de respeto entre los políticos y los ciudadanos.
- ¡Bravo comienzo! ¡Me place! -dijo Benavides-.
- El enunciado está bien, pero dependerá de lo que haya dentro, -dijo Malospelos-, supongo que será por la corrupción, los sueldos intocables de los parlamentarios, sus prebendas y todo eso.
- ¡No, no! Entiendo que algunas de esas peplas tienen más que ver con el código civil que con otra cosa. No, yo me refiero a lo que entiendo debe ser una relación recta entre los ciudadanos y lo que se llama pomposamente sus “representantes”, ya sea en el Parlamento nacional, en los autonómicos o en los ayuntamientos; me refiero a la falta de respeto político.
Es evidente que lo del respeto es una calle de doble dirección, pero echando la vista atrás, y me refiero a las primeras elecciones del 77, a los Pactos de La Moncloa, en las que el pueblo le dio un elevado margen de confianza y respeto a aquellos políticos, al margen de la opción personal de cada uno. Se respetaba al rival. Por ello, no tengo más remedio que pensar que quienes primero fallaron, quienes faltaron al respeto inicialmente fueron ellos, los políticos.
Empezaron por faltarse el respeto entre ellos –aquello de “tahúr del Mississippi”, ha pasado a al negra historia de nuestra política-, y luego lo extendieron a la ciudadanía, sobre todo por el incumplimiento de las promesas electorales.
- ¡Ya te veo venir! –dijo, Malospelos-, ahora le vas a echar la culpa a nuestro “viejo profesor”.
- No, yo no creo que él sea el culpable: cuando dijo aquello de que los programas están para incumplirlos lo único que hizo, además de un ejercicio de cinismo muy propio de él, fue informar a la sociedad de lo que estaban y están haciendo los partidos: tomarse a beneficio de inventario lo que nos dicen y prometen. La gran novedad de los tiempos actuales es que se han acortado los plazos del incumplimiento: ahora, entre la promesa y su incumplimiento pueden no mediar más que unas pocas horas.
Pienso que lo que hizo Tierno fue traducirnos el incomprensible, absurdo y contradictorio Artículo 67.2 de la Constitución...
- Los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo –medió Benavides, con el soniquete del repelente niño Vicente, dando la lección en clase.
- Sí, ese. Creo que es el origen de buena parte de los males parlamentarios y de la falta de respeto que antes os comentaba. ¿Cómo es posible que un diputado o un senador, que ha accedido a su escaño dentro de una lista cerrada, pueda no estar obligado a cumplir lo que diga el partido? ¿Cómo puede considerar que el escaño es “suyo” y llevárselo al Grupo Mixto o practicar el transfuguismo? Si un diputado tiene problemas para seguir las instrucciones del partido, lo único que debe hacer es entregar su acta...y que corra la lista.
Otra cosa sería que nos sometieran listas abiertas o que, al menos, pudiéramos “borrar” de las listas cerradas a quienes creyésemos oportuno...pero si las listas son cerradas, ¡quien determina lo que se debe hacer y votar, no es otro que el partido, de acuerdo con el programa!
- Entonces, ¿tu qué prefieres: listas abiertas o cerradas? –inquirió,  Malospelos-
- No es sencilla la elección –contesté-, veréis: yo sería partidario de las listas abiertas para la elección de los concejales. En este caso, cada candidato puede y debe ofrecernos su visión sobre los problemas cercanos del distrito en el que vivimos y me gustaría conocer sus antecedentes y sensibilidad, ya fuera como integrante de un partido o como independiente. Sin embargo, para la Comunidad Autónoma o para el Parlamento Nacional, prefiero que un grupo de políticos elaboren un programa detallado y me lo “vendan”, junto a su ofrecimiento de llevarlo a cabo tan puntual y exactamente como les sea posible. Es decir, que en lo más cercano sea el individuo el que establezca el compromiso y que, en el resto, sea el grupo. ¿No os parece?
- Bueno...-masculló, más que dijo, Malospelos-, pero esto, aparte de  complicarnos algo la vida, deja sin resolver eso del incumplimiento que tanto te preocupa.
- Si, ya se que todo es complejo y que no existe una fórmula mágica para resolver problemas que están enraizados en el sistema y en la sociedad –dije-... pero es que en mayo del 68 yo tenía 26 años y se me quedó aquello de: se realista, pide lo imposible.
Pero veréis, no hay que irse tan lejos en el tiempo, ni fuera de España para saber de qué estoy hablando. Estoy hablando de las primeras elecciones – mis primeras elecciones, claro-, las del 77: ¿os acordáis cómo nos tragábamos los mítines y los programas de los distintos candidatos?  ¿recordáis cómo se debatía todo? No eran sólo los mítines de la UCD, del PSOE o del PC, sino también los de Ruiz Jiménez y su Democracia Cristiana, los de Tierno y su PSP o aquellos otros tan curiosos como los de Maysounave, y su Partido Proverista –“un partido por la Agrupación Electoral Independiente del Campo y la Ciudad  (AEICYU)
En aquel momento – sin duda, histórico- cada partido o grupo se esforzó en averiguar qué podría querer ese ciudadano que no tenía comprometido el voto de antemano, esa mayoría, que es capaz de cambiar su voto y decidir los resultados. Perdonad si os cuento una anécdota: Fraga había hecho una presentación del programa de AP en un ámbito empresarial; en el coloquio posterior, uno de los presentes, experto en propiedad industrial, le hizo una larga “pregunta-respuesta” sobre el tema, terminando con aquello de: ¿qué va a hacer Vd., cuando tenga que legislar sobre esto?, a lo que Fraga contestó sin ambages: Realmente no tengo mucha información al respecto, pero ya se lo que tengo que hacer: ¡le preguntaré a Vd., que parece sabérselo todo!
¿Qué fue pasando después, para que a los partidos les importe un bledo lo que piensa y desea el ciudadano, más allá de aprovechar cualquier hecho coyuntural que permita que el gobierno en funciones pierda las elecciones? A propósito, estaréis de acuerdo conmigo en que, salvo las dos primeras legislaturas, nunca un partido ha ganado las elecciones, lo que ha ocurrido es que el partido que gobernaba ¡las ha perdido!
-Me temo que tienes razón –masculló, Benavides-...la autodestrucción de UCD, con la huída de los varones, en los 80; la corrupción generalizada del PSOE, a mediados de los 90; el pacto de las Azores, en el 2004; y Zapatero, no sólo "ha elegido" a Rajoy, sino que ha provocado una excisión en el PSOE, que ya veremos en qué acaba. Si, en efecto, parece que exista una cierta contraselección: esto no es un gana-pierde, sino un pierde-gana.
- Claro, esa es mi visión del tema –continué-, el ciudadano que puede cambiar su voto, porque no lo tiene condicionado históricamente, no lo cambia por la ilusión que le ha infundido el programa de la oposición, sino por el hastío que le ha producido la gestión del gobierno saliente. Lo de la ilusión queda limitado a esos partidos nuevos, que nacen con una idea diferenciada –como por ejemplo es el caso actual de la UPyD, de Rosa Díez-, a los que la sociedad sólo les concede un lugar testimonial.
Pero vuelvo a mi tema –como cada loco-, me parece absolutamente necesario un cambio profundo en la letra y en el espíritu de la Constitución y de la Ley Electoral, para que los partidos asuman que los programas con los que se presentan a unas elecciones son auténticos “contratos” que les comprometen con todos los ciudadanos; con los que les voten y con quienes no lo hagan.
Hay que consagrar el mandato imperativo, a no ser –como ya he dicho- que optemos por las listas abiertas, lo que me recuerda al famoso Gundisalvo, de Mingote, que se presentaba a las elecciones franquistas por el tercio familiar, con aquel maravilloso lema: Vote a Gundisalvo; a Vd. qué más le da. Por cierto, con frecuencia esto mismo es lo que interpreto de cuanto dicen y hacen los partidos mayoritarios
- No sabes cómo nos alegró la vida Gundisalvo –medió Malospelos-; se hinchó a recibir votos, no sólo en las elecciones a las cortes franquistas, sino también en las del 77. Pero entiendo que ya has expuesto tus razones básicas de forma suficiente y, creo que debes pasar a lo que tengas que proponer.
- Tienes razón- dije-, a ver si soy capaz de hacerlo de forma sencilla y ordenada.
La pieza clave del sistema no es otra que la elaboración rigurosa del programa electoral, y aquí no tengo mas remedio que acordarme de Julio Anguita y su conocido: Programa, programa, programa... ¿Qué a qué le llamo una elaboración rigurosa del programa?, pues veréis:
·         En primer lugar, debería ser abordada por el partido, recogiendo la opinión de la militancia, los simpatizantes y cuantos ciudadanos quieran participar.
·         En segundo lugar, debería ser una tarea continua, no esa que se realiza cada vez de forma más apresurada y coyuntural cada cuatro años. Mirad, en las empresas dignas de ese nombre –no, los negocietes, más o menos especulativos-, la planificación, en la que se revisan objetivos y estrategias, es una tarea abierta, que se revisa cada año en lo fundamental y de forma integral, cada cuatro o cinco años, según el sector.
·        En tercer lugar, debería estar estructurada de acuerdo con un índice que abarcara el conjunto de la sociedad. Esto es más o menos lo que se hace habitualmente, pero merecería que se le diera una vuelta de rosca. Es evidente que hay temas estructurales – economía, educación, sanidad, defensa, energía, relaciones internacionales, etc.- y otros coyunturales, que surgen y desaparecen de forma aleatoria, pero sobre los que los ciudadanos necesitamos saber cuál es la posición de cada partido.
·         En cuarto lugar, como ya he dicho, no pasaría nada porque los partidos estuvieran pulsando en continuo la opinión popular, por ejemplo utilizando los potentes medios informáticos disponibles. Sí, ya se que esto no llega a toda la población, pero no me negaréis que con ello podrían ir formando opinión, para plasmarla en el programa, que sería comunicado a toda la población, en su momento, por lo medios habituales –correo, prensa, televisión, etc-.
·         En quinto lugar, y esto es lo realmente importante y diferenciador con respecto a la práctica actual, los partidos –y los votantes-, deben ser conscientes de que aquello que terminen recogiendo, sobre cada tema, en su Programa Electoral –con mayúsculas- son cláusulas de su contrato con la sociedad, que les obliga, individual y colectivamente, durante la próxima legislatura, salvo causas de fuerza mayor, que todo el mundo pueda entender sin necesidad de explicarlo, en general debido a cambios drásticos de la realidad propia o del entorno.
- Bueno –dijo Malospelos-, ya has hecho trabajar a los partidos; cada uno tiene su programa trabajado y compartido con los ciudadanos y estos han elegido lo que más les ha gustado... ¿y ahora qué? ¿cómo sigue la historieta? ¿cuáles son los cambios?
- Pues muy sencillo –contesté-, la historieta continúa siendo consecuentes con el marco creado: los partidos, a cumplir su contrato y los ciudadanos, a exigirlo. La primera consecuencia, es que se han acabado las negociaciones, los pactos, la compra-venta de votos y demás chalaneos que acompañan indefectiblemente las actuales elecciones. En este nuevo marco, ni son necesarios, ni tendrían sentido los llamados “pactos parlamentarios” para obtener una mayoría “cómoda”.
Los pactos entre partidos sólo podrían cerrarse antes de las elecciones: aquellos partidos que, conociendo los programas del resto, encontraran amplias coincidencias con otros, podrían y deberían proponer la correspondiente coalición, tras un Programa Común, que se ofrecería al electorado; pero los pactos tras las elecciones serían un grave incumplimiento del contrato establecido y, por ello, inadmisibles para el votante.
En el nuevo marco, el partido que haya conseguido la mayoría simple de escaños –ya sea en el Parlamento, la comunidad autónoma o el ayuntamiento- pasa a ser, directamente, el encargado de formar gobierno, sin más trámite que charlar una rato con el Jefe del Estado (de momento el Rey) como también deberían hacerlo el resto de cabezas de lista, charlas en las que el Jefe del Estado sólo debe recodarles las reglas de juego y el compromiso de cada uno con la sociedad, no sólo con los votantes propios.
Constituida la cámara correspondiente, con la parafernalia que el rito exija, que sigue siendo importante, el partido mayoritario forma su gobierno –que tal vez debería estar configurado en el Programa-, y se pone a la tarea de gobernar y proponer medidas en el parlamento.
Y es aquí donde viene lo mejor, ante cada propuesta que formule el gobierno, el resto de los partidos no tiene más que revisar lo que consta al respecto en su programa-contrato y obrar en consecuencia: si lo que consta en su propio programa coincide con la propuesta, se vota a favor; si es contrario a la propuesta, se vota en contra; si no se había pronunciado al respecto y no hay nada en el ideario de lo que se pueda deducir, inequívocamente, la postura a tomar, se abstiene. ¡Y todo ello, sin mirar el color de quien propone, ni el de quien vota! ¡Sólo porque es lo que dice el programa-contrato!
- ¡Toma castaña! –exclamó Benavides, saliéndole una veta castiza que no le presuponía- ¡Te habrás quedado tan ancho con la propuesta! ¡Como sean todas de esta guisa, nos lo vamos a pasar bomba!
- El tema tiene sus atractivos- dijo Malospelos, indudablemente interesado- entiendo que esto también permitiría que pudieran aprobarse iniciativas de otros grupos distintos del que esté en el gobierno.
- Elemental, querido Malospelos –yo me había venido arriba con la acogida-. Es evidente que cualquier partido, conociendo los compromisos que los otros grupos hayan plasmado en sus programas, puede identificar cuáles de sus propuestas van a alcanzar una mayoría suficiente, e incluirlas en la dinámica parlamentaria. El gobierno de turno no tendrá más remedio que ponerla en marcha, porque la propuesta estará respaldada por una mayoría suficiente de la población a la que sirve.
- Bien –terció Benavides-, por seguirte el juego: si los programas limitan los márgenes de maniobra y los diputados están obligados por el mandato imperativo...bastaría con que trabajase la junta de portavoces...
- Bueno, en puridad, sí. Pero lo cierto es que todos los parlamentarios tendrían trabajo para dar y tomar, si se han repartido las tareas internamente... como en parte hacen actualmente, pero de forma más “profesional”, sin tener que dedicar la mayor parte de su tiempo y esfuerzo a negociar con otros grupos su voto favorable a cada una de las propuestas, a cambio de no se sabe qué contraprestaciones (lo de los grupos autonómicos, ha sido sangrante).
Además, es lógico pensar que no todo lo que se debata y proponga en una cámara habrá estado previsto y definido nítidamente en el Programa-contrato. Necesariamente cada grupo deberá pronunciarse sobre temas no explícitos en su Programa, para lo que deberá recurrir a su ideario básico, que encabezará lógicamente el Programa, para encontrar una respuesta sólida y coherente ante lo nuevo.
- Ahí está la cuestión –dijo Malospelos- a los partidos les bastará con proponer unos programas ambiguos, que no les ate las manos y les permita la negociación y lo que has llamado el chalaneo.
- Claro, ese es el peligro –dije-, pero ante esa eventualidad, el ciudadano, el votante, tiene una opción: no darle su confianza, no votarle.
- ¿Y entonces? –preguntó perplejo Benavides- ¿Nos quedamos sin parlamento?.
- Eso lo abordaré otro día. ¿Qué os parece mañana? – y al decirlo me acordaba de Sherezade-.
- Está bien, aquí estaremos dispuestos a oír tu segunda entrega- dijo Benavides-. De momento, la primera ha tenido tela y ha hecho tambalearse buena parte de los usos y costumbres actuales, empezando por darle un buen tajo a la Constitución.
- Bueno, habría que cambiar más el espíritu que la letra, pero sin duda lo primero sería abolir ese malhadado artículo 67.2, introduciendo una enmienda constitucional que, desde luego tendría un nombre: La enmienda Tierno.
Hasta mañana, señores.

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